jueves, 8 de mayo de 2014

Little Phantom

Este fragmento es especial. Hoy cumple años una de mis mejores amigas, una de las personas que más me ha aportado. Nos unió algo muy fuerte, algo muy especial que a la vez nos apartaba un poco del resto de la gente que nos rodeaba. Fue una de mis primeras lectoras y críticas, fue mi amiga, y mi hermanita. Y, aunque el destino nos hizo tomar caminos diferentes, los malentendidos nos distanciaron, sé que en el fondo ella me sigue queriendo como yo la quiero a ella.
Feliz cumpleaños, Little Phantom.


Las cosas estaban demasiado tranquilas últimamente. Los sombríos pasillos que semanas antes habían estado llenos de fiesta y jolgorio, solo albergaban polvo y oscuridad. El teatro parecía haberse sumido en un terrible sueño después del último accidente.
Como si realmente de un alma en pena se tratara, Blanche paseaba angustiada por los bastidores, el escenario y los pasillos de las butacas con un aire de melancolía y tristeza abrumadora. No entendía como había podido suceder todo aquello. Acariciando el respaldo quemado de una de las butacas de primera fila, sintió como si aquel templo de la música llevara siglos cerrado.
Siguió su paseo diario, el que la ayudaba a no perder la escasa cordura que habitaba en ella, hasta llegar a los camerinos de bailarinas y divas. Una amarga sonrisa apareció en su rostro; el lujo y la riqueza diferenciaban mucho el entorno de aquellas habitaciones, comparadas con el antiguo dormitorio del conservatorio que ocupaba ella.
Los nombres de las bailarinas que habían huido despavoridas en la noche fatal seguían intactos en sus puertas, escritos en hermosas letras doradas de metal. Al fondo, quedaban los camerinos de las grandes actrices, de las divas de la Ópera, las verdaderas estrellas de aquel firmamento de la música.
Sintió un nudo en el estómago al leer el nombre de aquellas mujeres que se habían entregado en cuerpo y alma para ofrecer un maravilloso espectáculo como el que realizaban noche tras noche, aria tras aria. En especial, sintió un pinchazo en el corazón al leer el nombre del camerino del fondo, en el que no dudó en empujar la puerta y acceder.
Polvoriento y con una densa neblina provocada por la ausencia de su propietaria, aun conservaba la esencia de la misma. Los lienzos que habían utilizado para promocionar las operas de las que había sido protagonista, algún que otro vestido olvidado sobre la cama, demasiado cansada quizás de devolverlo al departamento de vestuario, las joyas de cristal rojo que solía utilizar en cuello y orejas, y demás recuerdos que la herían con fuerza ahora que su ausencia estaba más presente que ella misma.
Por último, los ojos de Blanche se posaron en un papelito que se encontraba en el tocador de su antigua amiga. Confusa, no entendía porque le resultaba familiar, hasta que lo tomó en las manos y el nudo en su garganta se pronunció hasta hacer aflorar las tímidas lágrimas de emoción.
Se trataba de un trocito de sus anotaciones como regidora. Ella y Blanche solían huir del escenario y de la presión que ejercía sobre ellas. Solían esconderse en su camerino y ponerse a hablar sobre cualquier tema posible, entre ellos habladurías del teatro o simples consejos de canto. En aquel trozo de papel habían escrito entre dibujos producidos por el puro aburrimiento y alguna florecilla sus nombres, ‘Claire y Blanche’, en su bonita letra.
Pese a que habían tenido diferencias entre ellas debido a su acercamiento al fantasma del edificio, hasta el punto de no asistirla en su última ópera, aún conservaba ahí aquel pequeño trocito símbolo de su amistad. Las lágrimas empezaron a rodar por sus pálidas mejillas, sintiéndose aún más rota. No debió haberse separado de ella de aquella manera. Y no sabía ni siquiera si volvería a verla de nuevo.
Apretó el papelito contra su pecho. Aquel fragmento evocaba solo uno de los muchos recuerdos que conservaba con la diva Claire Moccino. Entre ellos, el primero de todos.

Había sido uno de los primeros días como co-regidora. La libertad de movimiento y acción de la que gozaba no tenían precio, era sencillamente el paraíso. Podía asistir en cualquier momento a cualquier persona, podía formar parte de todo el proceso, estaba en la gloria.
Caminaba por el escenario, una hora antes del ensayo general. Los únicos acompañantes que tenía aquella soporífera tarde eran los tramoyistas que preparaban el attrezzo necesario para la escena a representar. Blanche enrollaba nerviosamente el libreto de aquella ópera, cuando a sus oídos llegó una melodía procedente de bastidores. Se giró, curiosa de quien podía estar entonando aquellas notas, correctas tanto en el tono como en la ejecución, pertenecientes a una ópera no muy conocida, pero sin duda una de sus favoritas.
Descorrió el cortinaje verde oscuro que separaba el escenario de entrecajas y vio a una joven, posiblemente de su edad, con una partitura en la mano. Tenía la cabellera larga y rizada, castaño oscuro sin llegar a ser negro. Su piel era tan blanca como la de Blanche y tenían una altura similar. Ataviada con un sencillo vestido negro y una chaqueta de tela fuerte y cara, ensayaba para lo que parecía su primera actuación en la Ópera Popular.
—Buenas tardes —murmuró Blanche, aprovechando a que su ensayo parecía finalizado—, ¿eres la nueva actriz, verdad?
—¡Sí! ¡O al menos eso espero! —respondió la chica enérgicamente—. Creo que tengo posibilidades, si consigo interpretar a Julieta tan bien como deseo.
—Espera, por eso me era familiar —Blanche se asomó a la hoja de papel que sostenía la joven, leyendo emocionada el título—. ¡Te vas a presentar con el aria principal de ‘Lo Spirito Innamorato’? ¡No me lo puedo creer!
—¿La conoces?
—Qué si la conozco, mademoiselle… ¡Adoro cada nota de la partitura de esa maravilla de la música!
Si se hubieran mirado ambas a un espejo en aquel momento, posiblemente no habrían encontrado mayor similitud en la expresión emocionada y sorprendida de sus rostros. Era como dos hermanas que se habían encontrado por primera vez y se habían dado cuenta de su parentesco solo con verse.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la chica, sonriente.
—Blanche, Blanche Lhereux, ¿y tú?

“Claire Moccino”,  leyó Blanche, una vez cerró la puerta tras su paso. Había decidido cerrar de nuevo aquella habitación, como si nadie hubiera pasado por allí desde que su dueña la dejó. El polvoriento nombre de su amiga aún brillaba en las letras cursivas y doradas. Podría haber sido una bonita metáfora de su relación, como algo antiguo y casi olvidado, pero que aún conservaba su brillo y su resplandor. Esbozó una sonrisa, apretando en su mano y con cuidado de no arrugarlo, aquel pequeño trozo de papel.
Iba a luchar, no solo por su amistad con Claire, sino porque ella volviera a cantar, porque la vida y la luz volvieran a entrar en la Ópera. No se iba a quedar de brazos cruzados mientras su sueño, el sueño de su vida, se estancaba en el oído. 

Haría que la música volviera a sonar cada noche en el Palacio Garnier. 

Y que su dueño estuviera orgulloso de su creación.



domingo, 4 de mayo de 2014

Feliz día de la Madre

Antes de pensar en la lógica materialista de este día, prefiero pensar que es un día al año dedicado a esas mujeres que tienen una fuerza extraordinaria día tras día para sacar adelante a sus hijos, criarlos con todos los valores que conocen y que creen imprescindibles, y colmarlos de amor y protección ante cualquier obstáculo que les ponga la vida.

Porque sois el verdadero cimiento de la sociedad,
y no es fácil ser vosotras,
gracias, mamás.

Noble Maiden Fair by seanchaithe

viernes, 2 de mayo de 2014

Ser un niño y crecer

Es muy duro, Kan... Ser un niño y crecer. Es duro y nadie te comprende.


El sigilo danzaba junto a su acompañante el silencio, cuando ella hizo acto de presencia en el rellano de la escalera.
Las llaves entraban torpe y estrepitosamente por la ya holgada y deforme cerradura de su puerta. Cuanto menos ruido intentaba evitar, mas producia.
Al entrar, la luz amarilla del vestibulo, encendida, evocando la luz de un faro en una noche oscura y costera, fue lo unico que la esperaba a aquella hora al llegar a casa. En el interior, reinaba la quietyd y el silencio.
Cerro la puerta tras si, algo extrañada. No era normal que su familia abrazara el sueño tan pronto. Sin embargo, no le quedaba mas remedio que avanzar por la negrura de la sala de estar, sorteando los brincos y mimos de su pequeño gato, hasta llegar a su habitacion.
Mientras se desvestia, somnolienta y cansada, sentia el malestar general que iba creciendo en ella. Notaba como la falta de una reprimenda por aparecer a aquellas horas, pesaba y dolia mas que cualquier bronca o castigo paterno.
Se tumbo en la cama, con una mueca en los labios. ¿Era aquello a lo que se referian con crecer? En parte, entendia que su madre no la reprimiera por llegar a la una de la mañana a casa, tenia ya una edad como para cuidar de si misma. Pero quizas, esa falta de proteccion desmedida era peor aun. Si madurar significaba dejar de preocuparle a sus progenitores, en ambos sentidos de la palabra, cada vez le resultaba menos atractiva la idea de convertirse plenamente en un adulto.
Limpio una rebelde y solitaria lagrima que habia escapado de su ojo izquierdo y cerro ambos, apretando los labios. Ahora no era el momento de lamentarse por lo inevitable. No, ya lo pensaria luego.
Mañana será otro día...

domingo, 27 de abril de 2014

Fragmento 1. [Duareign Histoire]

La noche parecía eternizarse cuando se la miraba atentamente. El ruido de los coches en la lejana carretera se dispersaba y atenuaba a aquellas alturas. El frescor de la brisa nocturna no era comparable con ningún otro olor que pudiera flotar en la ciudad durante el día, era la pureza de la oscuridad, y la frialdad de la noche. Era su momento favorito del día, y no era de extrañar que se hubiera apodado Noite por el mismo motivo.

Su silueta, sentado en el tejado del edificio donde solía escaparse, parecía fundirse con el terciopelo azul oscuro que conformaba el cielo. Quizás solo era su melena rubia y rizada, que caía grácilmente sobre su espalda, brillando a la tenue luz lunar, lo único que le diferenciaba de una sombra oculta, de un adorno formando parte de la arquitectura del edificio. Ya que, el resto de su apariencia, lo formaban ropajes negros, dejando tan solo visible sus manos de largas y afiladas uñas y su rostro, ambos de piel cetrina y pálida.

Le gustaba escaparse a aquel lugar cuando todo lo demás le superaba. Demasiadas presiones, demasiadas obligaciones, demasiado todo. El ser un heredero de una fastuosa y rica familia no le traía más que problemas, en vez de verdaderos privilegios, como cualquiera se podría imaginar. No... solo terminaban quemándole por dentro y haciéndole huir a la azotea cual gárgola.

Se reclinó, tumbándose completamente en el suelo de la azotea, observando una por una las diminutas y brillantes estrellas del firmamento. Cuan despreocupadas y eternas se podían observar desde aquel lugar, mientras mil y un pensamientos atosigaban la cabeza rubia del vampiro.

Todos esperaban demasiado de él. Creían que él le devolvería el honor perdido, la fama y la fortuna a su apellido. Que los Duareign volverían a recobrar todo su esplendor y su brillo. Pero el sabía que sería muy difícil; vivían en otra época distinta al siglo dorado donde llegaron a gobernar prácticamente el mundo. Ahora tenían suerte de no estar extinguidos como el resto de familias nobles vampiras.

El ruido de la puerta de la azotea rompió el pacífico silencio que se había formado una vez los coches habían cesado su continuo ajetreo por la calle más cercana a la manzana. Noite no levantó la cabeza, sabía a la perfección de quién se trataba a aquellas horas. Sencillamente, torció sus labios a una sonrisa de medio lado y cerró los ojos, esperando a que la áspera voz del visitante le hablara en aquel escenario estrellado.


domingo, 23 de marzo de 2014

Muere para volver a la vida. I/??

No podía despegar los ojos del objeto. Por más que lo intentara, sus pupilas volvían a clavarse en el mismo, sintiendo como los temblores recorrían y sacudían todo su cuerpo.

Acompañada de la profunda noche, hora en la que los relojes marcan puntuales las tres de la mañana, con el suelo alfombrado de bolsas llenas de ropa, telas y juguetes viejos y rotos, como si el armario no hubiera podido contener más todos aquellos recuerdos infantiles y los hubiera escupido por sus puertas dobles, esparciéndolos por doquier. Y, en el medio, ella, de rodillas en el suelo, con el rostro iluminado por el resplandor verdoso que emanaba aquello.

Recordaba el contenido de cada una de aquellas bolsas de plástico. Y también recordaba que no había metido semejante cosa entre sus pertenencias. Era despistada, pero no tanto.

Apenas había pasado una hora desde que, habiendo abrazado su almohada y caído en un placentero y cálido sueño, una serie de golpes, regulares e incesantes, en el fondo de su enorme armario, la habían despertado, nublando su mente de terror y horribles posibilidades. Era una miedica. Desde que era pequeña, había tenido pavor a las historias de fenómenos sobrenaturales. En especial, las que tenían que ver con espectros, fantasmas y el más allá. Por otra parte, adoraba las teorías de los multiversos y la fantasía, pero le aterraba el pensar que estaba a merced de algo desconocido e intangible.

Y tras vaciar por completo la parte baja de su armario, había divisado malamente un resplandor de color verde intenso. No supo como reaccionar. Lo menos sensato sería alargar la mano para sacar lo que fuera aquello. Pero era lo único que se le ocurrió.

Y ahí estaba. Sosteniéndolo. Con la cara desencajada y la mente a punto de estallar, llena de ideas sobre qué hacer con aquello, cada una más estúpida y atroz que la anterior.

Se trataba de una fina daga. Su empuñadura parecía estar hecha de esmeralda centelleante, como si algo la iluminara desde su interior. El filo era de un metal negro y cuidadosamente pulido, tanto, que podía ver su rostro reflejado y verdoso en el mismo. ¿Cómo demonios había llegado hasta su armario dicho arma? Su madre jamás la dejó tener ni siquiera una de decoración, ni le compraba armas de juguete cuando era pequeña; era imposible que alguien la hubiera puesto ahí. Y nadie había entrado a su habitación el tiempo suficiente como para revolver todo su armario para dejar aquello. No, era imposible. Pero, entonces, ¿cómo?

Giraba la pieza con los dedos húmedos y fríos por el miedo. Buscaba instintivamente algo que le diera una pista acerca del paradero, del origen de dicho instrumento. Pero era en vano, tan solo era una hermosa arma, como recién salido de un tesoro enterrado.

Quizá todo aquello era un simple sueño. Un turbio sueño que su imaginación había producido después de una copiosa cena. No volvería a cenar tan fuerte. Sí, era un sueño. Nada más parecía poder explicarlo. Nada, hasta que el sudor de sus dedos, el temblor de su cuerpo, y su casi mecánico giro constante de la daga hizo que resbalara entre sus dedos, abriendo una pequeña herida en ellos.

Intentó no aullar de dolor, sabiendo que era la prueba perfecta de que se trataba de la misma realidad. La sangre formó delicadas y diminutas gotas de sangre, que resbalaron por la hoja, haciendo que esta revelase un oculto mensaje inscrito en el oscuro metal.

Imbuidas de la misma luz verde que la empuñadura, comenzaron a aparecer pequeñas letras en la superficie. Ella siguió la escritura con los ojos, enlazando las letras hasta formar una frase en su cabeza: ‘Muere para volver a la vida’.

Aquella fúnebre y tenebrosa frase la hizo echarse hacia atrás, quedando sentada en el suelo, frente a la daga que se clavaba firmemente en el suelo de su habitación, esperando a un movimiento de la joven. La respiración aceleró en su cuerpo, comprobando como solo la empuñadura iluminaba su cuarto. Al parecer, su flexo se había apagado en el peor momento. Sólo podía leer algo en la oscuridad de la madrugada, y eran aquellas letras formando aquella frase.

No sabía si era producto de su imaginación o que la frase había empezado a hacer efecto en su maltrecha cordura, pero cada vez le estaba costando más respirar y mantener el aliento. Le dolían los pulmones, como si algo los estuviera oprimiendo con fuerza y ahogándola de la manera más horrible que pudiera imaginar. Abrió la boca para intentar respirar más aire, pero era inútil. Se estaba ahogando, y no podía apartar la mirada de las centelleantes letras. ‘m u e r e’ se grababa en sus ojos una y otra vez, en cada fallida bocanada que intentaba dar para prolongar su vida, mientras su cerebro daba vueltas a todas las posibilidades que le quedaban. ‘v o l v e r  a  l a  v i d a’ parecía resplandecer de la misma manera, pero en su mente. Como si perdición y salvación caminaran juntas de la mano.

Cuando el dolor del pecho era tan insoportable como para gritar de dolor, atrapó la empuñadura de la daga, firmemente, sintiendo que era la única posibilidad que le estaba dejando el destino ante aquella situación. La posó en el centro de su pecho. Si no se atravesaba el corazón, al menos la produciría el suficiente dolor como para desmayarse y dejar de sentir. Era un mal momento para preguntarse lo terrible que sería provocarse su propia muerte, sentía que si no era ella quien acabara con su dolor, sería su propio organismo, falto de aire, violáceo, amoratado, ahogado.

Cerró los ojos, empujando con ambas manos cernidas sobre la empuñadura esmeralda la daga contra su pecho.

¿Y ahora qué?

No sabía que sentiría. Si el punzante dolor de la daga atravesando su fina piel y hundiéndose hasta chocar contra su hueso. Si las lágrimas brotando de sus ojos y derramándose por sus mejillas. Si el resplandor dañándole los ojos cerrados debido a que había aumentado considerablemente en intensidad.

No.

Lo que sintió, y escuchó, fue un ‘crack’. Un crujido como el de la porcelana crujiendo al someterse a una fuerte presión. No sintió el dolor, sino el crujido. Como si su cuerpo estuviera hecho de cerámica y estuviera quebrándose bajo la punta de la daga. Al no existir dolor, perdió completamente la delicadeza, y la empuñadura esmeralda rozó la tela de su camiseta de pijama. No había sangre. No.

Abrió los ojos, comprobando como la empuñadura empezaba a brillar, mientras su herida se hacía más y más grande hasta quebrarla en más grietas, de las que emanaba la misma luz. 

Pero la luz no era verde, si no blanca.

El resplandor se intensificó hasta bañar toda la habitación de luz neutra. Era cegadora para sus ojos, que se habían acostumbrado en aquellos instantes a la oscuridad. Tan fuerte, que apenas podía mantener los ojos abiertos, y aunque los cerrase, seguía viéndola. Aquella luz empezó a provocarle un terrible dolor de cabeza, tan fuerte e intenso, que terminó desmayándola. Sólo había un pensamiento en la cabeza.

‘Muere para volver a la vida’.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Memories of a phantom [fragmento]

Ilustración de Blanx Imaginaerum

Él se incorporó, notando como su respiración se estabilizaba poco a poco. Sus mejillas aun seguían húmedas por las numerosas lágrimas que habían formado su llanto, pese a que este habia finalizado unos minutos antes. Apenas podía creer que hubiera tenido aquel momento de debilidad, llorando cual niño perdido. Sin embargo, en su interior sentía una paz que hacía mucho tiempo que buscaba. Desahogarse era sin duda una de las cosas que más le tranquilizaban y reconfortaban.

Abriendo con suavidad los ojos, volvió a la cruda realidad que le había empujado a aquel trance de dolor y desesperación. Se encontraba en aquel ambiente oscuro y amarillento, provocado por la tenue luz de las velas que iluminaban la estancia. De rodillas sobre el suelo, junto a él, se encontraba aquella muchacha, que lo miraba con el gesto afligido y preocupado, espectante a una respuesta por su parte, a una explicación de su estado actual. Sí, parecía mentira que aquella fuera la única persona que se encontraba a su lado en aquel momento de bajeza que habría sufrido. Con todo su mundo, ardiendo, derruido, destruido. Blanche Lhereux, aquella joven que desde el primer momento que apareció en su vida fue un estorbo, ahora había consolado su llanto y había ofecido su hombro para que pudiera llorar en él.

Su mano se alargó involuntariamente hacia su mejilla, intentando borrar el resto de lágrimas que quedaba en las ojeras de la jovencita. Ella seguía esperando sus palabras, sin entender aquel gesto, cuando él no pudo hacer otra cosa sino sonreir de medio lado.

— ¿Por qué demonios sigues aquí, Blanche...? Hoy podría haber terminado tu condena, tu contrato conmigo. Podrías haberte marchado y hubieras seguido con tu vida, tal y como habías querido cuando llegaste aquí...

—No... —titubeó ella, notando la garganta seca, como si apenas pudiera pronunciar una palabra completa—. Yo no podía dejarte solo... No quería...

—Hubiera sido tan fácil hacerlo...

—Tú también podrías haberme dejado caer.

—Ya sabes porque sucedió aquello, Blanche —respondió secamente él, incorporandose temblorosamente y apartando la mirada.

—No me importa el por qué. Sé que lo hiciste.

Un amargor le recorrió entero cuando recordó la discusión que había acontecido sobre aquel tema. Su cara desencajada, viendo rota una de sus mayores ilusiones... Sería la última vez que engañaría a una cría, las consecuencias eran nefastas para lo que quedaba de su buena conciencia.

—De todas formas, ¿que vas a hacer ahora? —preguntó él, frotandose con la punta de los dedos la frente y las sienes, intentando desvanecer el dolor de cabeza.

—Yo... —murmuró ella. No tenía respuesta ante aquella pregunta. Y realmente él dudaba que quisiera irse en aquel momento.

Sin pronunciar palabra, él la tomó de la muñeca y la condujo hacia su dormitorio, sin saber exactamente porque estaba haciendo aquello. Una vez allí, se volvió hacia ella, sintiendo como el dolorido ardor de su pecho seguía latente en aquel momento.

—Sé cuanto menos que esto puede parecer una proposición inaceptable para una señorita como tú. Pero creo que tú y yo despreciamos las mismas normas de ese estricto protocolo al que nos vemos sometidos, sobre todo, si se refiere al contacto humano —él se detuvo antes de proseguir, porque notó como la chica temblaba como una hoja y sus mejillas se empezaban a tornar realmente encarnadas—. No, no te preocupes, mis intenciones no son indecentes. Sólo... necesito a alguien a mi lado esta noche. Nada más.

—¿Quieres... que duerma aquí? ¿En la guarida?

—Conmigo, para ser exactos.

—Es demasiado atrevido —ella apenas se atrevía a levantar la mirada.

—Y no te lo pediría si no fuera porque realmente lo necesito. Me has hecho mucho bien escuchandome en un momento tan horrible como este... No podría dejarte ir...

Blanche finalmente fijo su mirar en los ojos azules de Aaron, perdiendose en ellos. Deseaba con toda su alma que aquellas últimas palabras tuvieran el mismo sentido para ella que para él. Pero tristemente, sabía de sobra que él necesitaba a una persona a su lado... no a ella.

—Aun así... ¿pretendes que dormamos en la misma cama? ¿Cómo? No entiendo...

Él se alejó de ella para ir apagando una a una todas las pequeñas velas de su habitación, dejando tan solo una para poder guiarse en la profunda oscuridad. Después, como si ambos siguieran un elaborado plan, se tumbaron con timidez en la cama, algo turbiados ante aquella postura, aquel momento general.

Finalmente, ambos se giraron, él uno hacia el otro, mirandose. Blanche, como si del gesto de un inocente niño se tratara, se acercó a él y se acurrucó a su lado. Escucho una tenue risa, provocada por aquel comportamiento, y notó como él se colocaba —como probablemente hacía cada noche—, para dormir.

Ella se relajó al notar que eso era todo, que no tendría que hacer nada más que dormir a su lado, pero estar tan cerca de él hacía que su corazón latiera con fuerza y a toda velocidad, y apenas le dejaba escuchar sus propios pensamientos. Habían sucedido demasiadas cosas aquella noche: la huida final de Kristine y Raoul, la reacción de Aaron, aquel amargo momento en el que prácticamente había podido llegar hasta lo más hondo de su corazón... No podía dormir de la emoción, pero sobre todo, no podía dormir sabiendo que él estaba tan cerca de ella... y a la vez tan lejos.

Una tímida lágrima rodó por su mejilla, sabiendo que aquel último pensamiento la acababa de romper aún más. Al fin y al cabo, se había enamorado de una persona cuyo corazón pertenecería eternamente a otra mujer... Eso no hizo más que aumentar sus ganas de llorar, haciendo que empezara a gimotear y a sollozar.

—¿Blanche, estás bien? —susurró él, notando como se agitaba. De pronto, aquellos enclenques bracitos volvieron a rodearle la cintura, apretandole con fuerza contra ella y notando su camisa húmeda por las lágrimas que derramaba la muchacha—. Ya veo que no...

No sabía exactamente cual era el motivo de su llanto. Después de todo, Delacroix hacía semanas que no había aparecido por la Ópera, y solo le quedaba una posibilidad: una empatía demasiado fuerte con él. Que aquella criaja realmente se hubiera encariñado con él le parecía una absoluta locura, pero más extraño le parecía estar compartiendo su cama con ella en aquel momento. Aquella noche había perdido cualquier tipo de sentido comun.

En un vano intento de consuelo, la rodeó con cuidado, acariciando su pelo para intentar calmarla. Poco a poco, dejó de agitarse y temblar, así como de sollozar. Sin embargo, no se movió un solo ápice. ¿Se habría quedado dormida?

De cualquier manera, sonrío, incrédulo. ¿Tanta paz podía proporcionarle a aquella niñata como para dormirse abrazado a él? Él, el genio maldito de la Ópera, que causaba el terror sólo para satisfacer sus egoistas deseos. Que hacía y deshacía en la Ópera a costa de extorsionar, amenazar y lesionar a todo ser viviente que trabajaba allí. La pesadilla del teatro, y ahí estaba, con el alma desmembrada y sirviendo de almohada de una niña. Pero, dentro de toda la desesperanza que había asolado su interior, aún brillaba algo de calor. Ya que, al final, aquella noche tan terrible no la pasaría solo.

No, ya no estaba solo.